La llegada de esta etapa es una buena oportunidad para iniciar una nueva forma de relacionarse con los hijos y consolidar la unión familiar.
La pubertad es, sin duda, una de las etapas de la vida con más preguntas y retos para quienes la viven y para las personas que comparten con ellos este proceso. Los padres y madres suelen tener temores, prejuicios y preguntas cuando sus hijos comienzan este momento de su desarrollo.
¿Qué es y qué implica la pubertad?
La pubertad es una etapa del crecimiento que determina el fin de la niñez y el inicio de la madurez biológica. Los principales cambios físicos se relacionan con el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, la maduración sexual y el crecimiento hasta alcanzar la condición de adultos.
Sin embargo, los cambios físicos no son los únicos. Quizás lo llamativo, y lo que más preocupa a los padres, son los cambios psicoemocionales y de conducta que ocurren en este proceso. Si bien cada situación y persona son distintas, hay algunos rasgos en común que pueden señalar a los padres que su hijo está creciendo.
Los rasgos psicoemocionales más comunes en la pubertad son:
• Sensación de omnipotencia. Todo se puede hacer, no se miden los riesgos, hay impulsividad.
• Egocentrismo y espíritu de grupo. Todo lo que les compete y les afecta y se vuelca a su grupo de pares, que constituyen sus relaciones más importantes y preciadas. Inician a construir sus propios valores separados de los de sus padres.
• Apertura al mundo y pensamiento propio. Los intereses propios son preponderantes y se abren al mundo fuera del hogar.
• Autoconcepto. Su autoimagen es importante, por lo general es una imagen crítica de sí mismo, con constantes inseguridades, a veces influidas por las percepciones de sus pares.
• Inestabilidad emocional. Picos de alegría o de molestia.
Estos cambios suelen generar problemas de adaptación, no solamente de los jóvenes que están en transición, sino de los propios padres, que no comprenden ni saben cómo lidiar con ellos.
La contradicción emocional constante, el aislamiento, la sensación de incomprensión por parte de los padres, los episodios de agresividad, llanto o alegría repentinos, y las nuevas sensaciones que generan los cambios hormonales, pueden inestabilizar la vida familiar y requieren una atención especial.
¿Se acabó la paz familiar?
Algunos padres y madres vienen a la consulta terapéutica buscando una guía sobre cómo responder a las conductas que denominan “malcriadas” o “antisociales” de sus hijos. Los miran como seres extraños que no conocían y que han ocupado el lugar de los niños juguetones, amorosos, dulces, capaces de escuchar, que hasta hace pocos meses eran.
¿Cómo relacionarse con los púberes? ¿Qué límites poner y cómo hacerlo? ¿Qué esperar y qué no? Son algunas de las preguntas más comunes que escuchamos y que suelen preocupar a los padres y madres que, en algunos casos, también están atravesando una etapa de cambios y complejidad en su propia vida: la crisis de la mediana edad, que algunos psicólogos comparan con una nueva adolescencia, por los cambios hormonales y emocionales que implican para los hombres y mujeres entre los 45 y 60 años.
Estas situaciones, naturales en el desarrollo humano, pueden generar grandes consecuencias en la vida familiar, problemas que pueden derivar con conflictos y malos entendidos e incomprensiones que pueden agravarse a lo largo del tiempo si no se gestionan correctamente.
¿Qué podemos hacer los padres de hijos en su pubertad?
• Es fundamental informarse de lo que implican los cambios de los hijos, tanto desde la perspectiva física, como en la perspectiva emocional. Haber sido púber o adolescente no implica que sepamos qué hacer con nuestros hijos e hijas en esa etapa, en principio porque la adolescencia ha cambiado con el tiempo y las transformaciones culturales de la sociedad.
Hasta hace algunas décadas, la adolescencia era un período de la vida más bien corto, porque los jóvenes (sobre todo los varones) eran integrados al mundo laboral desde temprana edad. Las mujeres, por su parte, asumían los roles de género (cuidado del hogar, por ejemplo), también desde muy temprano. Se demandaba de ellos, entonces, actitudes, comportamientos e, incluso, emociones, adultas. Hoy en día, la adolescencia es una etapa larga, marcada por la vida en el colegio y la universidad, y en la mayoría de los casos, sin responsabilidad económica, pero con exigencias impuestas por la sociedad de consumo e imagen, para las cuales los jóvenes (y por supuesto sus padres) no están preparados. Los adolescentes de hoy viven en la expectativa sobredimensionada y la frustración constante y los padres no saben cómo apoyar a superar estos sentimientos y emociones porque, muchas veces, ellos mismos no saben cómo manejarlos.
• Hay que reconocer que cada hijo es distinto y, por ello, cada manera de atravesar la pubertad y adolescencia será distinta. Si bien los cambios físicos son más o menos los mismos y se pueden predecir, los procesos emocionales varían según las circunstancias, los contextos y las personas.
Pretender tratar a todos los hijos de la misma manera, cuando lleguen a la pubertad, es un error común. Como padres debemos tomar en cuenta lo que conocemos de nuestros hijos, potenciar sus recursos emocionales y ayudarles a ponerlos en juego para atravesar esta etapa de manera positiva, alegre y completa. De la misma manera, integrar los cambios de nuestros hijos en cómo los vemos ayuda a reconocerlos y valorarlos como las personas que son hoy y no estar anclados en la idea de lo que eran cuando niños.
• Escuchar, pero no “hacer” por ellos es otro de los procesos que, como padres, hay que aprender. La apertura y curiosidad por sus asuntos y su vida, incluso cuando los hijos parecen no querer que eso suceda, es siempre positiva. No se trata de someter a los hijos a un interrogatorio, sino estar dispuesto a escuchar cuando ellos lo necesiten, estar presente, compartir espacio y tiempo de manera que, si él o ella precisan hablar, los padres puedan responder a esa necesidad.
Escuchar es una cosa, resolver los problemas de sus hijos, otra. Los padres que manejan bien esta etapa saben que muchas veces los hijos no quieren escuchar consejos, solo necesitan hablar de sus problemas. Una intervención directa (una acción concreta) suele ser contraproducente y se vive como una intromisión o una falta de respeto por parte de los jóvenes. Que ellos sientan que pueden resolver sus propios asuntos y situaciones y que los padres los respaldan, pero no “hacen por ellos” ayuda.
• Abrirse a lo nuevo sin que haya temas tabúes, es otro de los elementos que puede apoyar a los padres a atravesar la pubertad y posterior adolescencia de sus hijos. Que los hijos sepan que sus padres pueden hablar de todo, pueden escuchar todo, sin asustarse, escandalizarse o enfurecerse es importante y fortalece la confianza en ellos y en la relación con sus padres.
Para esto se torna importante que los padres conozcan de los gustos y preferencias de sus hijos, que se interesen por ellos y que estén abiertos a lo nuevo. Que los temas de conversación permitan la expresión de las ideas y opiniones de los hijos y que estas sean valoradas y respetadas. Intercambiar criterios y disentir sin pelear es una buena manera de enseñar a los hijos que no todo el mundo estará de acuerdo con ellos y a manejar la frustración.
• Promover el trato afectuoso y la autonomía de los hijos es una buena herramienta. Siempre tratarlos con respeto y amor, hablarles con cariño, amabilidad y pedir que ellos se dirijan a los padres de la misma manera, apoya a sostener un clima de armonía en la familia.
De la misma manera, propiciar que cada hijo haga sus cosas de manera autónoma y responsable, que cuiden de su espacio vital (su habitación) y de los espacios en común de la casa y, al mismo tiempo, que vayan ganando independencia de acuerdo a su edad también son formas que ayudan a los jóvenes a medir sus capacidades y ponerlas en juego para la vida presente y futura. La sobreprotección es una forma de abuso que los padres ejercen, sin saberlo, sobre sus hijos.
• Revisar los límites y ponerlos de forma asertiva, ya que los hijos que están viviendo su pubertad y adolescencia, no son los niños de antes. Los límites y reglas, como muchas de las otras herramientas que permiten la convivencia, también pueden caducar y hay que revisarlos cada cierto tiempo. La etapa de la pubertad es un buen momento para hacer una revisión de lo que los hijos pueden o no pueden hacer y, también, para poner y coordinar conjuntamente otros límites de manera respetuosa y argumentada.
Para los hijos que están comenzando su proceso de adolescencia, es necesario y fundamental entender por qué se les permite, o no, hacer determinada cosa y qué se espera de ellos en consecuencia, con argumentos e ideas claras más que como una imposición sin explicación o unilateral. Esto ayudará, también, a que el propio hijo sepa reflexionar y argumentar, busque opciones y acepte las reglas consensuadas como parte del reconocimiento de que son personas que, ahora, están en otra etapa y pueden comportarse y reaccionar de otras maneras.
La pubertad y sus complejos desafíos para los jóvenes como para sus padres y familiares es también una oportunidad para construir otros estilos relacionales, que generen ganas de vivir; que modelen y encarnen el respeto, el buen trato y el diálogo como apertura de nuevas posibilidades para crear futuros con bienestar común.
2 comentarios
Excelente artículo, me ayudó para entender a mis nietos, gracias.
Estimad@, que gusto saber que este artículo es de su agrado. Esperamos que siga navegando en la Maxi Online y comparta con sus conocidos los temas de interés.