Javier Cevallos es narrador de historias en la Fundación Quito Eterno. Habla del liderazgo y la importancia que tiene la pasión y el ejemplo para ejercer sus labores.
El Diablo es un personaje protagónico en los relatos de Quito desde la época colonial. Este personaje también juega un papel importante en la Fundación Quito Eterno, colectivo que narra, a través de recorridos teatralizados, la historia y patrimonio de la capital desde hace 17 años. Javier Cevallos caracteriza esta figura, lo hace con pleno conocimiento de los mitos quiteños y sus personalidades. Le pone suspicacia y humor. Contextualiza el personaje con el presente para generar reflexión.
Javier habla de su labor desde el teatro y la narración oral con pasión, afecto y profundo convencimiento que esta es una forma de activismo. Desde su papel, habla del mestizaje y el sincretismo cultural que vive la ciudad.
Y eso está profundamente ligado a la comprensión de la historia y de interpretarla para no volver a cometer los mismos errores como nación.
En la Universidad Católica estudió Comunicación y Literatura. En su colegio, se acercó el teatro para “sobrevivir a la adolescencia”. Luego, volvió a ese arte, el cual lo acompaña hasta ahora. Está convencido que “contar historias permite humanizarnos porque es ese lugar donde guardamos esos momentos maravillosos en la memoria. Lo contrario es deshumanizarnos. Nos individualizamos”.
Cuando habla de su liderazgo, en este proceso cultural, pone como requisitos el diálogo permanente, la escucha activa y el rigor diario. Y, sobre todo con visión, para definir claramente hacia donde encausar los esfuerzos. “En Quito Eterno, queremos pasar de contar patrimonio a ser patrimonio. Somos actores propositivos, con un gran compromiso por la ciudad y el país”, comenta.
“En el Ecuador, tenemos un afán fundacional, que tiende a desmontar lo que ya funciona. Justamente por eso, en Quito Eterno, lideramos con una gran dosis de humildad para continuar los procesos, fortalecerlos y legarlos, sin membretes”. Además, Javier habla de la pasión como motor diario. “Vivir de las artes requiere una pasión desbordante, casi un fanatismo. Esto brinda certezas sobre el trabajo y motivaciones, pero hay que equilibrarlo”.
A sus 40 años, se refiere al diálogo como formación; al encuentro con los libros y los pensadores, a través de la lectura. “El pensamiento filosófico y los conceptos humanistas son importantes para entender e interpretar situaciones de la realidad. Un líder debe acercarse a estos temas”. Siente que ahora el mundo pone a la tecnología como prioridad. “Aunque es una herramienta importante, se debe trabajar previamente en conceptos esenciales, aquellos que permitan entender el mundo e interpretarlo”.
Ser ejemplar es la consigna de un líder. Ser transparente y ético su forma de vida.