Es un sentimiento común para muchos, que nace de la emoción de este encuentro, y se puede manejar.
El fútbol, como espectáculo de masas (el Mundial, cada cuatro años, es su máxima expresión) nos conecta con la niñez. Cuando se comienza a seguir como hincha a un determinado equipo, sea por lealtad familiar o sea por llevar la contra a las preferencias familiares; cuando saber “todo” de los jugadores favoritos, de las estadísticas del equipo, nos hace especiales. Allí un determinado jugador o varios, “el equipo del alma”, se convierten en los héroes míticos que enfrentan y ganan o pierden mil batallas.
El hincha siente que son sus propias batallas y las experimenta. Goza y sufre con las entrañas. Apelar a la razón en esta experiencia de infantilización masiva y general puede ser un juego inútil. Cuando el equipo favorito o la propia Selección juegan, se produce una especie de suspensión del criterio, de la reflexión o el discernimiento. La catarsis está garantizada y se pueden ver cómo los hinchas viven algo parecido a una posesión en la que todo lo demás queda en espera y la prioridad es ver, apoyar y gritar por dentro y por fuera la pasión que ese equipo produce. El universo está en ese estadio, en ese partido y en ese resultado. Nada más importa. Y, así cada vez, como si fuese la primera vez.
La violencia en el fútbol no es un fenómeno nuevo. Cada cierto tiempo en los noticieros, tanto deportivos como de actualidad, encontramos reseñas sobre actos de violencia en los graderíos y en las propias canchas, protagonizados por hinchas, en un caso y por los propios jugadores, árbitros y cuerpo técnico, en el otro.
El que sea común escuchar esto, sin embargo, no significa que haya que hacerse de la “vista gorda” o considerar que son temas propios de un deporte que moviliza pasiones y amores infinitos. Por el contrario, la violencia en el deporte, y particularmente en el fútbol, es parte de la violencia que nuestras sociedades contemporáneas experimentan y está vinculada (se han hecho estudios e investigaciones al respecto) también a estructuras económicas, políticas y sociales que se benefician de los actos violentos.
El estadio, lugar de expresión de emociones
Todo espectáculo masivo implica dinámicas y formas de comportamiento que se determinan por las personas que se congregan en él. Compartir una pasión como el fútbol, comprometerse con el equipo y los vínculos que se construyen en la hinchada son el escenario perfecto para la manifestación de las emociones más intensas.
No solo la alegría, la unión y euforia, que surgen a partir de las jugadas de los futbolistas y los goles, se manifiestan en ese contexto. El fútbol es espacio para expresiones afectivas de los hinchas varones que “se permiten” manifestar su afecto, y también, y cada vez más, de las hinchas mujeres que también se alegran, se emocionan y se abrazan felices con el triunfo del equipo de sus amores. Otras emociones también suelen presentarse: tristeza, desaliento, frustración y rabia o ira son comunes y traen consecuencias importantes para la persona.
En el contexto de la multitud que sigue a su equipo, la intensidad de las emociones crece y se propaga rápidamente y lo que podría ser, en otros contextos y circunstancias, bastante bien gestionado (controlado) de manera individual, puede, con facilidad, desbordarse e incrementarse. Un ejemplo de esto son las emociones denominadas “negativas” que, en los graderíos del estadio o los bares deportivos pueden pasar desapercibidas o normalizadas, porque no es una persona la que las siente, sino que se trasmiten y contagian, se propagan rápidamente y pueden salirse de control generando actos de violencia y destrozos.
¿Es el fútbol generador de violencia?
La violencia suele ser una consecuencia de la ira, emoción valorada como “negativa”, por la sociedad. Es importante comprender que la ira es una de las seis emociones básicas y, como tal, se presenta en todos los seres humanos e incluso en los animales, sin importar el contexto sociocultural, económico o educativo al que pertenezcan.
Desde la perspectiva psicológica, la ira es una emoción que permite al ser humano su autopreservación y la acción frente a una situación que se considera riesgosa o que pone en peligro la propia integridad. En el mundo contemporáneo, los retos cotidianos impactan en la gestión positiva de las emociones y es cada vez más común escuchar, en espacios terapéuticos por ejemplo, que no es fácil “controlar la ira”, que deriva en violencia en los distintos contextos de desarrollo personal, sobre todo en el familiar y que las consecuencias de la deficiente gestión pone en riesgo la estabilidad familiar, laboral e, incluso, las relaciones sociales.
El fútbol es una de las manifestaciones culturales más masivas del mundo contemporáneo; mueve no solo multitudes, sino dinero y hay toda una industrial alrededor de este deporte que lucra, de múltiples maneras, con las alegrías que los jugadores dan a la hinchada de los equipos. Al ser una manifestación cultural masiva, también puede ser contexto para el aparecimiento del enojo como emoción individual que se contagia, se expande y, lastimosamente, puede salirse de control.
“Soy hincha y me enfurece que mi equipo pierda o juegue mal”
Esta es una de las frases que se escuchan comúnmente cuando la furia se ha salido de control en el contexto del fútbol y es una realidad que, ciertamente, afecta a muchas personas. ¿Cómo superar la ira y frustración que pueden producirse en torno a este deporte? A continuación, planteamos algunas ideas que pueden ser útiles para gestionarla:
1-. Identificar cuál es el desencadenante de su ira
Si bien en el contexto del fútbol sería fácil identificar qué produce enojo en el hincha, es conveniente comprender que cada persona puede sentir esa emoción de manera distinta y habrá, también, cosas específicas que la desencadenan, por ejemplo: una injusticia en el juego por parte del árbitro, un mal pase de algún jugador en una jugada clave o la actitud y provocación de otros hinchas. Identificar el origen del malestar es útil para aprender a gestionarlo adecuadamente y manejar de una manera asertiva esas situaciones. Si se hace difícil la identificación, podría ser valioso preguntar a alguien de confianza, quizás un amigo con el que se ve el partido, qué considera, él o ella, que es el desencadenante de la ira.
2-. El fútbol es un deporte y es para disfrutarlo
Recordar que el fútbol es un juego creado para divertirse y disfrutar puede ser de ayuda cuando la frustración comienza a salirse de las manos. La esencia del deporte implica, no solamente ganar metiendo goles, sino la estrategia, el planteamiento y la belleza que un buen pase o una buena jugada evidencian. Adicionalmente, el propio ambiente del estadio, las relaciones que se entablan, los colores y buen humor de la hinchada pueden constituirse en un elemento importante para disfrutar la experiencia.
3-. Relativizar: el fútbol no cambia el curso de la vida
A no ser que sea jugador de fútbol que espera un pase, o un entrenador o empresario, el fútbol es eso: fútbol. La tristeza o la alegría por el triunfo de un equipo duran lo que dura el encuentro y los comentarios a la salida del estadio o las conversaciones con los amigos. La vida tiene, también, otros elementos que la conforman, que son importantes y que requieren de su concentración y mejor desempeño. Si su equipo pierde esta vez, o si un jugador dejó mucho que desear en un partido, siempre hay la posibilidad de que en el próximo las cosas mejoren o sean distintas.
4-. Piense en el impacto de su comportamiento
La furia, como las otras emociones, tienen un impacto en su entorno material y relacional. En apartados anteriores dijimos que la ira “se contagia” y puede convertirse en un fenómeno colectivo que tenga consecuencias graves tanto materiales como legales (muchos hinchas han ido a prisión por los desmanes en Ecuador y en el mundo). Sin embargo, las consecuencias más importantes, el mayor impacto de la ira, suelen vivirlas las personas del entorno inmediato de quien tiene comportamientos violentos.
Meditar y decidir cómo comportarse, en función del bienestar de quien acompaña al estadio o a mirar un partido (un hijo, pareja, amigo o padre), es importante para controlar los efectos de la rabia. Se trata de que el fútbol sea una experiencia para recordar con alegría y ligereza y no se transforme en una pesadilla por no gestionar adecuadamente las emociones. En el fútbol, sí que cuenta la idea de vivir plenamente con responsabilidad, con uno mismo y con los demás. Para mantener la dignidad de la experiencia compartida.
Finalmente, el gozar de un partido de fútbol, de un campeonato, una copa internacional, de cada Mundial, es algo más a favor del placer de estar vivos, un derecho de quienes disfrutan con todos los sentidos este juego, de querer ganarle unos instantes a la frustración de ciertos aspectos de la vida cotidiana, de encontrar en este rito social, la comunión con miles o millones de desconocidos, que “mágicamente” se convierten en hermanos, amigos y cómplices, por 90 minutos, así como identificar con claridad -por los mismos 90 minutos- al “enemigo”, al que es cuestión de vida o muerte, vencer. Un acontecimiento, que quedará en la historia de la propia vida: “yo estuve allí, yo miré ese partido, ese gol, a ese jugador” y puedo contarlo. Sea mirando desde las gradas de un estadio, sea en las propias casas frente al televisor; convencidos, que la vida también tiene pequeñas alegrías compartidas y con la esperanza que habrá un nuevo partido.